Guayaquileña en Europa usa la bici para trabajar

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Para aproximadamente 1.500 ecuatorianos, Holanda no es solo la puerta de entrada y salida de Europa, sino el país donde iniciaron su proyecto de vida. La cifra, aunque no es oficial, es baja migratoriamente hablando en relación a otras naciones del Viejo Continente, pero es la que más se acerca al proceso iniciado en Ecuador a principios de los años noventa. Encontrarse con un ecuatoriano entre los canales de su capital, Amsterdam, o por las grandes avenidas de la ciudad de Rotterdam, no es común, como cuando se camina por  Génova y Milán, en Italia; o Barcelona, en España. Esta teoría la confirma Ruth Cevallos Medina, una guayaquileña que llegó hace ocho años con su hija Sasha a la ciudad holandesa de Ede,  a media hora de Amsterdam y con más de cien mil habitantes.  “No es fácil para un ecuatoriano quedarse y trabajar en Holanda, especialmente por el idioma (neerlandés, conocido  como holandés) y  por eso muchos connacionales optan por establecerse en otros países”, dice. Reconoce que suelen quedarse compatriotas que llegan por estudios,  cuando tienen quien los ayude consiguiéndoles un trabajo y dándoles hospedaje hasta que se estabilizan y consiguen sus documentos de estadía en este país de al menos 16 millones de habitantes. Ruth llegó a Holanda por amor, pero se quedó por su tenacidad. “Lo que se me hizo más difícil fue hablar el holandés. Tomé dos años de cursos intensivos, mientras que mi hija  lo aprendió en la escuela. En ese entonces yo daba clases de español”, relata. Temprano en las mañanas, de martes a sábado,  Ruth sube a su bicicleta y empieza a pedalear por calles y callejones cargada de cartas y encomiendas que suman 40 kilos de peso. “Siempre me gustó andar en bicicleta y ahora que lo hago por trabajo no me pesa, más bien me he perfeccionado”, sostiene. Su trabajo de cartera lo obtuvo un día que fue a retirar una carta de sus parientes y supo que la empresa de correos requería personal para que trabajara en la época navideña. “Me  contrataron para clasificar cartas y encomiendas, pero como en diciembre y enero el trabajo se duplica necesitaban alguien que también entregara la correspondencia, así que al día siguiente me dieron el uniforme y la bicicleta”, agrega. Además de Sasha, Ruth comparte su vida con Frank, un marinero  holandés que estaba de paso en el puerto y que conoció como paciente en una clínica de Guayaquil donde ella trabajó como secretaria. “Nos hicimos amigos porque yo hablaba un poco de inglés.  Después de unos años, mientras yo estudiaba idiomas en Brasil, él me envió un e-mail diciéndome que estaría en Sao Paulo. Desde allí nunca  más nos separamos y ahora él habla muy bien el español y hasta le encanta nuestra comida, especialmente el arroz con menestra, carne y patacones”, dice. Fuente:  El Universo